Y al despertar el sol no sabe cómo refugiarse de la lluvia,
en mi garganta el sabor amargo del frío
que anoche me acompañó a casa
se mezcla con el sabor dulce
del vaso que me alejó de las dudas
y despejó con un eléctrico espasmo el miedo.
Al caminar las calles siempre se distraen
observando mis pensamientos
y odiando la falta de música
que me mantiene un poco más alejado
de mí
si se puede.
Al ver llover no sé si quiero bailar
o caer de rodillas y herirme las manos,
acostarme humillado
deseando el sueño
como la última voluntad de un condenado a muerte.
Pero si el ritmo es grave
mi corazón sabe latir
y crear al menos una sonrisa
a medias,
como mi voz
o mi esperanza,
pendiente de que mis pasos
sepan de una vez
hacia dónde van.
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