"Aprender la levedad del pájaro."

miércoles, 15 de octubre de 2014

A cara rota.


Un boxeador con la cara rota asiste a la iglesia limpio y trajeado pero con los ojos llenos de sudor, furia y golpes de la noche anterior. Cediendo al insomnio asiste a la iglesia encontrándose allí con una cumbre de corbatas más ajustadas que la moral que intentan sostener.

El boxeador ya sentado observa como un señor bajito se levanta agitado, como movido por una energía purificadora y sosteniendo entre sus manos una pila llena de agua 'bendita' se acerca desafiante al boxeador.

Vacía la pila encima del boxeador entonando un cántico en latín mientras éste blasfema mojado. Entonces, mientras el señor bajito vuelve orgulloso a su asiento una señora se desmaya conmovida por este acto de 'fe'. Las demás corbatas se giran furiosas hacia el boxeador que a causa del baño imprevisto ha dejado caer un "¡Me cago en dios!" sobre el infinito eco de la iglesia.

Un dedo acusador señala el camino del pecado, el pastor anima a su rebaño a actuar contra la amenaza del boxeador blasfemo. El boxeador, se disculpa e intenta explicarse pero una cara rota y algún que otro tatuaje ciega de prejuicios a los feligreses que no razonan sobre la putada de un baño imprevisto.

 Una señora poseída golpea las teclas del órgano de la iglesia y una música macabra resuena por toda la iglesia que se convierte en persecución porque el boxeador corre delante de una masa ultracatólica enfurecida. En el pensamiento colectivo el boxeador se ha convertido en una especie de demonio intruso. Sin embargo, el 'demonio' ya cansado por la persecución se encierra en un confesionario y claro, como es un lugar 'sagrado' mientras esté ahí nadie le molestará.

Pero al otro lado del confesionario se encuentra otro pastor más cariñoso y comprensivo que le pide sinceridad. Entonces el boxeador que ya no puede más se hunde y le confiesa que él sólo quería conocer la iglesia, que la noche anterior le habían roto la cara en un combate y por culpa de las dudas que genera el insomnio había pasado toda las horas de no-sueño pensando en apadrinarse en alguna fe, pero al llegar un señor que no sabía ni quién coño era le había bañado en agua 'bendita' sin preguntar ni nada y dados sus comentarios ante tal humillación le habían perseguido durante un buen rato sus feligreses.

El cura pensativo, tarda un rato en contestar hasta que finalmente le dice que él no es ningún cura, que es un ladrón que tras estar a punto de ser encarcelado había decidido esconderse en aquella iglesia haciéndose pasar por cura. El boxeador, feligrés frustrado vuelve a blasfemar, ahora consciente de que este falso cura tal vez le solucione la persecución pero no sus dudas ante la religión.

Ambos, boxeador y falso cura trazan un plan para escapar concluyendo que lo más prudente es que el falso cura finja un falso exorcismo del boxeador para que los dejen en paz. El boxeador de ojos ya desorbitados sale a trompicones con la sombra del falso cura apuntándole con un crucifijo. El falso cura entona un canto inventado casi gregoriano mientras el boxeador convulsiona escupiendo todo tipo de herejías.

Tras varias horas de exorcismo fingido el boxeador grita de júbilo "¡estoy curado!", entonces la iglesia estalla de alegría ante tal monumental victoria contra el mal, se comenta que hasta quieren hacer santo al falso cura. Sin embargo el falso cura y el boxeador aprovechando la confusión salen de la iglesia con el asombro aún en la mirada, al girar la esquina entran juntos en un bar y piden un whiskey doble para brindar por su huida.



viernes, 3 de octubre de 2014

Educación de garrafón.

En la universidad
suenan risas enlatadas con cada recorte
pues nos califica
el ministro peor calificado.

El estado
"padre nuestro que está en los cielos"
nos descuida
como a un hijo bastardo.

Con los dientes apretados asistimos a clase
esperando que algo cambie
año tras año
sin arriesgarnos.

Para luego huir,
exiliarnos,
correr lo más lejos que se pueda
y dejar que la rueda siga girando
mientras agoniza la educación
cercana ya al infarto.