Calita analiza el día con dureza, sentada sobre un sillón desgastado, grises sus ojos sobre un rostro también desgastado. La cubren las canas. Le faltan fuerzas. Sentada mira al frente y no llora porque ya han caído demasiadas lágrimas a ninguna parte.
La habitación está llena de fotos, rostros sonrientes que la persiguen a cada segundo, le piden, poco le dan y por eso a ella cada vez le queda menos. Unas escaleras. Una cocina. Cómo la rutina puede ser también una tortura cruel. Cómo la vida a veces puede ser tan lenta y cómo cada hora puede ser un afilado cuchillo que atraviesa su cuerpo dejando heridas pero no huellas.
Desde la puerta miro. No se escucha nada. Hace calor.
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