"Aprender la levedad del pájaro."

viernes, 8 de abril de 2011

MARÍA

Con su mirada de perro viejo, "apaleao", malo, me miraba y violaba todo mi espacio, con esos ojos llenos de agujeros negros, de universo sin estrellas, de paisaje caótico y esas arrugas, peleas en bares, alcohol a flor de piel y vómito, me miraba y me decía: "te quiero, hija.."

Hacía un sol horrible, un sol que dificultaba la vida en aquel desierto, María, a la orilla de la caravana fumaba un cigarro liado, con marcas de pintalabios reseco, con el maquillaje derretido, María, una jovencita, nadie acertaba su edad a la primera pues la vida la había dotado con una vejez prematura, la vida o las dificultades de su vida, era un enigma, ella entera y en especial sus ojos color sepia, como una foto antigua falta de fuerza, como un barril envejecido, como la arena del desierto o como la meada de un viejo alcoholizado. Resonaba en sus oídos aquella nana y no porque la recordase, cantaba su padre en el punto álgido de su alcoholismo sus recuerdos, tenía escritos en el cerebro cada acorde y cada letra que había compuesto para ella o para nadie, "cuando los nubes te tiñan de espanto" berreaba tirado en su sofá, maltratando a la guitara con duros punteos, baboso y deplorable, pero en fin, era su padre.

Cuando vives tan alejado de la sociedad aprendes a ahuyentar serpientes y lobos con tan solo una mirada, María lo había hecho con lo primero, cobarde que ahora serpenteando huía de la furia que María sabía imprimir en sus ojos, no entendía de versos ni de grandes autores, entendía de coches y en música, de las viejas canciones de su padre, un olvidado country star, como muchos, un borracho. Las horas caían pesadadas, como los rayos del sol o los golpes de viento, las horas, como la arena se agarraban a su piel y la mordían, dotándola a cada segundo de una arruga más. Terminado el cigarró, entró con un mensaje de bienvenida: "calla ya, maldito viejo acabado, ve a buscar cerveza voy  a hacer la comida..", María, dura de pecho, una coraza envuelta en una camisa, odiaba a los hombres, claro, con ese ejemplo de garrapata canosa, cualquiera les tendría aprecio.

Miraba la ranchera alejarse y pensaba hacerlo ella también en algún momento, cuando el parásito se decidiera a abandonarla, le quería sí, le quería y le odiaba pues él era las cadenas que la ataban a aquella vida falta de todo, miró la ultima polvareda tras las marcas de las ruedas y el desierto que se enrojecía a causa del sol, "pronto" se dijo a sí misma mientras el aceite salpicaba y deseaba la vuelta del viejo por probar un poco de cerveza fría.

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