"Aprender la levedad del pájaro."

martes, 12 de marzo de 2013

Esa mañana no paraba de reír, haciendo las tostadas y el café, duchándose el agua entraba sin pudor ni miedo en su boca y salía de ella disparada por una sonora risa, en el espejo peinándose, bajando la escalera, saliendo del portal. Él no entendía nada, realmente no había nada tan gracioso como para que estuviese riendo desde que se despertó pero se dejaba ser en ese nuevo yo risueño e incómodo, camino al trabajo algunas personas sonreían a su risa, otras por el contrario se apartaban asustadas ante lo sospechoso de un hombre que ríe. En el trabajo comenzaron las complicaciones, debido al tiempo que llevaba riendo le dolía mucho la barriga y la cabeza pero no podía parar, sus compañeros no podían concentrarse y al escribir en el ordenador se formaba todo un caos de letras que desembocaba en un montón de palabras sin sentido, informes sin sentido, todo un cúmulo de acciones de terrorismo empresarial. Su jefa le pidió que se marchara a  casa mientras él aguantaba la risa casi llorando.

Ya en casa, pijama y periódico seguía con su risa y las lágrimas teñían el periódico de tinta haciendo de cualquier noticia un chiste. Su risa era cada vez más alta y confusa, ya no podía ni mantenerse de pie y retorcido en el sofá seguía con su condena inesperada. Los vecinos llamaron a la policía, los bomberos desde abajo observaban el balcón de aquel delincuente de la risa y no entendían del todo qué podían hacer ellos en esa situación. Llamaron a la puerta, la golpearon muchas veces pero él no podía abrir debido a su imposibilidad de levantarse y andar con normalidad. Todo estaba lleno de risa. Al final un policía habló con el vecino más intransigente  que había sido el primero en llamar y le dijo que no podían hacer nada, que esa situación era nueva y que no podían aplicar ningún procedimiento pero que se tramitaría pronto una nueva orden de detención para delincuentes de la risa debido a que ese mismo hecho había sucedido ya en varias ciudades. El vecino entrometido y gruñón, furioso y sin la ayuda de la policía entró a la casa por una ventana que se comunicaba con la suya, decidido a discutir con aquel hombre y siguiendo el rastro de esa insoportable risa lo encontró en el sofá retorcido, aguantando esa dulce condena con los ojos cerrados y el gesto aunque alegre, desagradable. Resolvió irse y comprar tapones de oídos para su familia, aquel hombre ya sufría bastante.

Y la risa duró toda la noche y al amanecer los vecinos llamaron a la puerta preocupados por el silencio, al ver que no había respuesta pidieron al vecino gruñón que entrase por la ventana. Tirado en el salón, tembloroso y asustado, se encontraba aquel pobre diablo risueño, con la mirada perdida, sin entender aún el origen de aquel ataque de risa.

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