En mis dos caras tengo la misma sonrisa
y las mismas ojeras.
El niño nada sabe de poesía o de lucha
crece descubriendo y descifrándose
hasta que llega a la herida
para la que aún no existen cicatrices.
De la poesía suicida
a la sonrisa complaciente
porque a falta de un dios sólo puedo creer en las palabras.
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