Si me tiemblan hasta las cejas, si tiritan mis huesos ridículos de la emoción de hallarte, en la parada, en cualquier árbol apoyada leyendo, de conocerte más y conocerme mejor, de sabernos enamorados y despedir el día con un beso, ¿te imaginas un beso en el umbral de dos días?, habríamos muerto y vuelto a nacer en un segundo, unidos por nuestros labios. Qué sencilla es la biología si la invento, que tierna filosofía humana esta impartida por los años sesenta y tan gestada en mí, tan presente, que tú lo supiste desde el principio, desde la cortesía en los pasillos de la amistad.
Cada día encuentro más razones para revolucionarme y dejar que las palabras tomen el mando de mi cuerpo, que las manos no sean más que dos barcas en el océano de la tinta, todo el día haciendo cuentas, memorizando fechas, pensando en trivialidades, absurda existencia pero la noche, seguirá la noche con su poesía y sus estrellas, y la luna, que es lo mismo. Seguirá el amanecer trayéndote hasta mí, el atardecer juntandome contigo, el anochecer adormeciendo mi amor y olvidándote en el sueño.
Y así, los días, nada más, qué fácil, que tontería esa de evaluar cada movimiento con una finalidad científica, yo envidio la levedad del simple, admiro mi levedad, mi sencillez, mi risa al recordarte en cualquier momento, me enorgullezco de pertenecer a esa pequeña parte de la población que aún cree que el amor no es una excusa para el sexo, ni una propaganda de una marca de condones.
De la escuela de Lennon y Yoko, de mis abuelos, de tus ojos, de la existencia en este universo que formamos, que nadie conoce, que es un secreto.
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