La noticia me inundó con un escalofrío, Pedro ingresado, a punto de ser operado de una apendicitis al parecer grave, reconozco que cuando me llamó Ana me quedé mudo, blanco, "vayamos a verlo", dijo y tras un largo minuto de silencio en el que mi mente intentaba encontrar las palabras correctas dije al fin "sí", que estúpido tuve que sonar, "sí", en fin, los nervios. Antes de nada tengo que aclarar exponiéndome a la crítica del lector más moralista pero ese escalofrío fue por la voz de Ana, porque la vería, entendedme, me preocupo por Pedro pero Ana, tantos meses enamorado de ella, tantos y ahora, aunque en un hospital...
La noticia fue el mejor pretexto para ver a Otto, me preocupaba Pedro sí, pero era mayor la emoción por verle, respirar su mismo aire sentirle cerca, que la preocupación por una tonta apendicitis. Otto, tantos meses conociéndole y ahora, ahora se lo diría. Un "sí", lo llamé emocionada y un frío "sí", no lo entiendo, en fin espero que en el hospital hable más.
Andaban los dos al mismo paso, como una sombra al lado de otra, misma talla, mismo gesto, misma mirada perdida en detalles mínimos, en curiosidades que sólo ellos podían encontrar en un hospital. A ambos les repugnaba el olor, les producían escalofríos las camillas vacías y les apenaban las viejas casi idas, pero claro, kamikazes espejos, cogieron el mismo ascensor.
En silencio, esperaban al sexto, pero por azar el ascensor vaciló y paró unos segundos en cada planta y en cada una, escuchaban una palabra distinta. Otto miraba al techo y Ana al suelo, se abrieron las puertas y un viejo hablaba con su nieto, "tengo". El segundo fue más corto "que". el tercero, "decirte". El cuarto "que". Quinto "te". Sexto, se quedaron en blanco, una frase a la que le faltaba el punto final pero en el sexto no había nadie, entonces, Ana, ante el gesto de incredulidad de Otto, se giró y mirándolo a los ojos, esos inmensos ojos verdes le dijo "quiero".
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