Primera nota y estalla, con dulzura se va recomponiendo, como una flor marchita que vuelve a encontrar una razón para levantarse, ahora sonríe delicada, sus brazos se arquean y su cuerpo florece, se levanta de un salto y conmueve, no conmueve la música, ni la escena, ni si quiera el protagonista que a su lado es nada, una figura más de atrezzo. Gira y gira, con sus ojos te vigila, te habla, canta, lo que sea, sus ojos, el centro de la escena, su cuerpo, su cuerpo se mueve como si volara, libre, perfecta, no hay moneda que pague su expresividad, ni lágrima que exprese mi emoción.
Tras el aplauso me marcho, la bailarina se queda sola, entre flores y fotografías, rodeada de actores, don juanes, libretas, anotaciones y halagos, es maravillosa verla bailar, yo me marcho, ella sabe que siempre me marcho, me voy y la espero en el café que hace esquina, dos calles lejos del teatro, lejos de la vulgaridad del backstage. Ella entra, ahora se mueve como siempre, a mi me gusta de las dos formas, me gusta que el único rasgo que le quede del escenario sea la dulzura, me mira y sonríe, como lo hizo bajo los focos, se sienta y me dice que me quiere, yo también la quiero, es obvio pero he perdido el habla y ahora quisiera haber terminado ese poemario que tenía para ella en vez de haberme quedado durmiendo.
Tomamos café.
Nada más bonito que dos poetas enamorados. Salvo quizás munchos poetas enamorados.
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