"Aprender la levedad del pájaro."

lunes, 21 de marzo de 2011

Nosperderemoslosdos

"¡Tienen media hora para abandonar el inmueble o nos veremos forzados a entrar!" 

Escuchó Otto el aviso con una sonrisa a medias, entre burla y preocupación, se despertó forzado por una voz a la que no estaba acostumbrado, era ciego y en  los últimos años se había acostumbrado a la voz de Anna, la dulce voz de Anna describiendo el mundo que a él se le negaba. Pero aquella voz, sonaba furiosa, cruel, no buscaba describir su universo, si no obligarle a abandonar su hogar y "¿por qué?", se preguntaba Otto en los primeros instantes de su vigilia. Pasada la confusión fue a despertar a Anna, dos habitaciones y Anna, dulce Anna, aunque no podía verla se había imaginado como dormía, acurrucada sobre sí misma en aquel mohoso colchón de ocupas, con los sueños erizandole la piel, con la mirada como él, sin formas ni leyes, puesta en el infinito.

"Anna... Anna, nos echan", ella se retorcía, odiaba que la despertaran, mil veces le había explicado que ella prefería que la despertase el mundo, a su hora, que abriese los ojos y comenzase a caminar, pero que nadie bloquease su cansancio, interrumpiese sus sueños y sin embargo a su amor, Otto, le encantaba profanar su sueño con caricias y besos, pero esta vez, esta vez no fue así, esta vez fue con rapidez, rudeza. "¿Qué pasa?" dijo rascándose los ojos, todavía confundida como él hace unos minutos, "ha venido la policía..", "pues diles que se vayan, llevamos dos años en esta casa, ya es casi nuestra..", "Anna esta vez es serio.."

Anna se incorporó y le dijo al oído, como siempre que tenía que decirle algo de importancia, "Otto no me voy a ir, esta es mi casa, esta es tu casa, yo quiero vivir aquí contigo, que se jodan.." y aunque lo dijo en formato susurro, casi romántico a Otto le sonó a lucha, le sonó a todas las manifestaciones a las que ella le había llevado, a todos los brazos en alto, el sonido de las piedras en los cascos, de las porras en los huesos, "abollando ideologías" como decía Mafalda, llenando de cardenales sus almas rebeldes.

"¡10 minutos!"


"¡Que os jodan!" "¡Ana!..." dijo Otto y sin embargo el estaba de acuerdo, que les jodiesen, Anna, dulce e incandescente Anna, imparable guerrera de edificios derrumbados y revoluciones que buscan el momento de nacer. En realidad él tampoco quería abandonar aquella casa, era preciosa, en dos años la habían reconstruido y decorado a su merced, con grafittis, con frases, llena de libros, de libros que Anna tardó toda una vida en recolectar, de fotos de cuando Otto todavía tenía visión y un espejo, polaroid. Pero por otro lado como estaban los tiempos no era una advertencia lo que proferían aquellos policías si no una sentencia de muerte, seguramente no llevasen porras si no pistolas, puesto que este edificio entorpece la construcción de unos grandes almacenes y claro, el dinero ha dado la orden de ejecución, que más podían hacer ellos.

Entonces ella se sentó a su lado, cogió su mano y de la forma más imperfecta le dio su imagen, su tacto, comenzó por su cuerpo, todas sus curvas serpenteando en los dedos de Otto, llego a su cuello, se entretuvo en su cuello, aquella cicatriz, su nuez, la suavidad de su piel, su rostro. Sus labios eran la parte que Otto más conocía, eran grandes, ardientes en verano y ásperos, congelados al invierno, tocó sus ojos, imaginó su mirada, ella siempre le dijo que era miel, él imaginó sus pestañas como abejas y una pupila llena de sueños. Tras esa breve descripción se apoyó en su pecho, le dijo "te quiero" y permanecieron mudos un par de minutos, pero Otto no podía soportar aquella despedida, se levantó de un salto y le ofreció su mano, le dijo "quiero ser un tango contigo" y se presentaron a la muerte celebrando su vida, la felicidad de sus rostros, la simple existencia del otro.

Un golpe seco, la puerta en el suelo, entraron golpeando cualquier mueble mientras nos buscaban, Anna ni hizo ademán de salirles al paso, no quería desperdiciar este momento, seguimos bailando hasta que entraron en la habitación y entre gritos, todos los cuerpos acabaron brindando por todos los fuegos, que eran de un mismo fuego, el de sus balas en la carne y el de la carne ardiendo no por la sangre, si no por el fuego de su corazón.

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